Buscar el centro de cohesión en las esculturas de
Donald Jiménez es labor inútil. Su lectura no tiene
punto de apoyo, se renueva en cada ángulo bajo un
ritmo que obedece a un incorpóreo centro interno.
En su escultura el espacio donde la forma-entraña
crea un ritmo que resume la vida, sin recurrir a
formas "envoltorio". Son formas
orgánicos-descarnadas, vibrantes como nervios
poseídas por la intimidad de la vida.
Sólo la piedra posee la fuerza telúrica de
"encarnar" las desencarnadas obras de Donald, que
conservan de la piedra su nervio, su entraña
visceral. Para lograrlo rompe con las fronteras
técnicas del trabajo de la piedra, creando espacios
que tienen su propio devenir en una alternancia
dialéctica con los volúmenes. |
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