Las pinturas de Ron Mills ponen en
evidencia lo que es tenue en la creación,
frágil y delicado, en un poderoso mundo
hirviendo con explosiones de color y
hermosas subrealidades moleculares. El
precario y formidable equilibrio en la
naturaleza que sentimos cuando vemos los
mejores trabajos del maestro Mills no tiene
nada que ver con insustancialidad sino que
su trabajo evoca lo que es realmente
esencial. Descubrimos lo elemental en la
naturaleza del ser más allá de sus partes
individuales. Vemos la mezcla de materia
prima orgánica convirtiéndose en enigmáticos
organismos con voluntad propia. ¿Qué estamos
contemplando? ¿La construcción o la
deconstrucción? ¿Lo que emerge o lo que se
sumerge en el caldo primitivo de la vida?
¿Somos testigos de poderosas fuerzas creando
con lentitud, evolucionando la esencia
primordial hacia la definición individual de
partes para finalmente convertirse en
organismo o estamos presenciando el proceso
inverso?
Lo
que está empujando al primer plano en las
pinturas de Ron Mills se rige por la esencia
de ese ser emergente. Es posible para el
observador sentir ese devenir como una
amenaza al sentir la inestabilidad latente
en ese mundo misterioso que el maestro Mills
nos muestra. Un mundo que nos enfrenta con
lo que siempre hemos temido muy adentro, que
el mundo es veleidoso e impredecible. Nos
enfrentamos a la dicotomía de la creación,
lo bueno y lo malo, pero principalmente nos
enfrentamos al sentimiento incomodo y
alíenador de la aleatoriedad de la creación.
La posibilidad o más bien la probabilidad de
esta inconstancia en la creación desafía
nuestra visión determinista y el sentido de
orden que nos esforzamos en traer a nuestras
vidas. En el trabajo de Mills podemos
experimentar la deconstrucción de lo que es,
amenazando lo que pensamos es concreto y
real. No sabemos si estamos presenciando el
principio o el final pero sabemos que
estamos presenciando la esencia de la vida
orgánica a través de la metamorfosis
molecular en todo su colorido, textura y a
veces su terrible belleza.